Mi abuela Marcelina (19/06/1913-11/12/2011)
nació en Herencia, Ciudad Real. Era la segunda hija del matrimonio de humildes
trabajadores del campo formado por Ramón y Petra. Las niñas quedaron huérfanas
tan pequeñas que no guardaban ni un solo recuerdo de su madre, ni tan siquiera
una fotografía. Una travesura infantil, que desembocó en la rotura de un
tintero su primer día de clase, le privó de ir a la escuela, ya que su
madrastra se negó a pagar uno nuevo y no la dejó volver nunca más.
Mi abuela (izq.) con sus hermanas Vicenta y Antonia (1917)
Su vida laboral comenzó siendo una niña como
sirvienta en casa de unos señoritos, propietarios latifundistas. Más tarde,
compaginaría el trabajo doméstico con las peonadas en el campo. Tras la guerra
se casó con Ambrosio, y del matrimonio nacieron cinco hijos, dos de ellos ya
fallecidos.
La situación durante la posguerra fue dura en
todo el territorio, pero especialmente dramática en las provincias de Granada,
Jaén, en toda Extremadura y en Castilla la Mancha. El sistema de propiedad de
la tierra basado en los grandes latifundios, propio del siglo XIX, con
jornaleros en régimen de semiesclavitud, no permitía la supervivencia de los
trabajadores y sus familias.
Había que ir a buscarse la vida a otros
lugares. Una avanzadilla de hombres jóvenes llegó a Almenara (Castellón)
procedentes de La Mancha. Aquí consiguieron, más o menos, una estabilidad
laboral. Mediante estos términos ahora tan utilizados como el «efecto llamada»
y la «reagrupación familiar» llegaron, entre otras familias, la de Marcelina.
Un largo viaje en tren de asientos de madera, las cajas de cartón atadas con
cuerdas que hacían las veces de maletas.
Los inicios fueron duros; el rechazo muchas
veces por parte de la población autóctona, las infraviviendas, el hacinamiento,
la falta de agua potable y luz eléctrica, el trabajo recogiendo naranjas,
limpiando casas, etc. Y así hasta que los ahorros les permitieron construirse
una pequeña vivienda. Con el transcurso de los años llegó la integración, la
asimilación y el enriquecimiento; el sentimiento de ser uno más, aunque, en un
primer momento, se es diferente.
Se suele decir que existen dos clases de
emigrantes: los del exilio político y los de la emigración económica. Aunque,
como decía el escritor uruguayo Mario Benedetti, «el exilio económico es la más
sutil de las persecuciones políticas». Pocas cosas son más dolorosas que verse
perdiendo las referencias de la infancia: olores, sabores, paisajes, amigos y
usos y costumbres sobre los que se edifica la memoria.
Mis abuelos y yo (marzo 1974)
Tuve la suerte de conocer y disfrutar de
Marcelina Fernández-Montes Martín-Buendía antes de que la demencia senil le
hiciese perder la lucidez. De ella me impresionaba, a pesar de ser una mujer
menuda, su gran fortaleza física, su generosidad, su trato amable y su bondad.
Marcelina y Ana, la menor de sus nietas
Hoy, 19 de junio de 2013, mi abuela hubiese cumplido 100 años.
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